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El hombre que dibujó Honduras con sus pasos

Nació en la comunidad de Gualala, en el departamento de Santa Bárbara, un 15 de octubre de 1895. Desde niño, Jesús Aguilar Paz mostró una curiosidad innata por aprender y enseñar, por descubrir lo que había más allá del horizonte inmediato. Sus padres lo trasladaron a Tegucigalpa para que estudiara, y en 1914 obtuvo el título de maestro en instrucción primaria.


Pero su historia no se quedó en las aulas. Lo que lo definió como un hombre distinto fue ese impulso hacia la geografía, la cartografía, la patria entendida no sólo como bandera sino como territorio palpable, de ríos, montañas, aldeas y nombres que muchas veces nadie había registrado.


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El país como cuaderno de apuntes

Entre aproximadamente 1915 y 1933, Aguilar Paz emprendió una aventura −solitaria en gran parte− por los caminos de Honduras, muchas veces a pie, a caballo o en mula, equipado sólo con instrumentos básicos: brújula, altímetro, podómetro.


Durante esos años levantó croquis, esbozos, detalles de los municipios hondureños. Municipios que para muchos eran sólo nombres olvidados, o puntos en un mapa creado por otros. Él los visitó, anotó su toponimia, descubrió las raíces indígenas de los lugares, las costumbres, los nombres que llevaban las montañas, los ríos y las aldeas.


Estos croquis formaron la base de su gran obra cartográfica: el primer “Mapa General de la República de Honduras” a escala 1:500 000, aprobado por el Gobierno mediante el Acuerdo Nº 689 el 23 de enero de 1930, y publicado luego en 1933. Este mapa no sólo delimitó departamentos y municipios, sino que se convirtió en un símbolo: la patria que por fin se veía demarcada con nombres propios, con identidad propia.


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Más que mapas: memoria, identidad, territorio

Para Aguilar Paz, no bastaba con trazar líneas en un mapa. Cada nombre, cada carretera, cada río que incluyó era también una historia, una tradición, un eco de la tierra hondureña. En su obra recogió toponimias y geonimias de origen indígena, evidenciando que los nombres de los lugares no son meras etiquetas: llevan memoria.


Este énfasis lo convierte no sólo en cartógrafo, sino en folclorista: en alguien que quiso que Honduras se reconozca – que sus propios ciudadanos reconozcan su territorio, sus raíces, su tejido cultural.

Quizás sea por eso que se le recuerda en el aula, cuando muchos niños veían el mapa­-Aguilar Paz colgado en la pared, y algo de orgullo despertaba al saber que ese dibujo lo hizo un hondureño, que recorrió su país para que su país se viera reflejado. (“El alquimista de Gualala”, como le llaman algunos).


Aguilar Paz no se detuvo en la cartografía. Fue maestro, micro-historiador, químico-farmacéutico (obtuvo su doctorado en 1950) y decano de la Facultad de Ciencias Químicas y Farmacia de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras entre 1950 y 1953.


Jesús Aguilar Paz con su familia.
Jesús Aguilar Paz con su familia.

Pero lo que realmente nos toca como hondureños es que su mapa sigue siendo un testimonio: de que alguien quiso ver cada rincón del país, quiso registrar sus nombres, quiso que se supiera que Honduras no es sólo una abstracción, sino una geografía viva, con comunidades, con historia, con paisaje que importa.

Hoy, cuando transitamos carreteras, cuando vemos un mapa digital en el teléfono o pasamos por una cabecera departamental marcada en un mapa mural, una parte de esa experiencia se la debemos a Jesús Aguilar Paz.


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Para ti que lees este artículo

Piensa en un joven de Gualala que se marchó con libros bajo el brazo, que aceptó que su país tenía partes sin mapa, sin registro, sin reconocimiento. Que decidió, por voluntad propia, recorrer montañas, atravesar valles, tomar medidas con instrumentos rudimentarios, dibujar croquis cuando nadie le pedía, porque alguien tenía que hacerlo.


Piensa en lo que esto representa: una visión de patria hecha en primer plano, con polvo en los zapatos y lápiz en la mano.


Y pregúntate:


¿cómo podemos nosotros rendir homenaje a esa entrega hoy?

Quizás atendiendo la historia de nuestros pueblos, reconociendo nombres de lugares, entendiendo que detrás de cada caserío hay memoria. Quizás simplemente agradeciendo que gracias a él, tenemos un mapa más nuestro.

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